Seis hombres ciegos del Indostan
muy dispuestos a aprender
fueron a ver al elefante
(aunque ninguno podía ver)
para con la observación
su mente satisfacer.
El primero en acercarse
por casualidad chocó
Con su costado amplio y duro
Y al instante vociferó:
¡Válgame Dios! Este elefante
Se parece mucho a un muro.
El segundo tocó el colmillo
y muy seguro exclamó:
"¡Redondo, suave y puntiagudo!
Es clara la adivinanza.
Este elefante asombroso
Es muy parecido a una lanza".
El tercero se acercó
y tocando casualmente
su trompa tan sinuosa
habló muy resueltamente:
"¡Ya lo veo! El elefante
se parece a una serpiente".
El cuarto alargó su mano
y la rodilla palpó
"¡Esta bestia es sorprendente
-Dijo él con tono ronco-
Es claro que el elefante
Se parece mucho a un tronco".
El quinto al tocar la oreja dijo:
"aún el hombre más ciego
puede ver el parecido.
¿Quién a negarlo se atreve?
El prodigioso elefante
se parece a un abanico".
El sexto vino entonces
y a la bestia buscó a tientas
atrapando la cola inquieta
que le quedaba más cerca.
¡Ya lo veo! El elefante
Es idéntico a una cuerda.
Los hombres del Indostán
debatieron largo y tendido
Cada uno su opinión
exponiendo con firmeza.
Y aunque estaban en lo cierto
Ninguno tenía la razón.
Moraleja
En las guerras teológicas
esto ocurre con frecuencia.
Los contrincantes se burlan
de lo que dicen los otros
y hablan de un elefante
al que ninguno conoce.